jueves, 13 de marzo de 2014

Un cuento sobre comunicación corporativa, sexo y amor



Participé como ponente en Influence One, “primer evento de marketing para influencers” y no se me ocurrió otra cosa para la ocasión que escribir este cuento que pueden leer a continuación, un relato sobre sexo, amor y comunicación corporativa adornado con ilustraciones de Fernando Vicente y Kim Roselier. Acomódense en sus sillones y lean, si les place.

A las empresas se nos ha quedado pequeño el modelo de comunicación basado  en hacer oír nuestra voz en medio del griterío. El juego ahora va mucho más allá de conseguir captar la atención de la chica o el chico desde la pista de baile abarrotada para intercambiar teléfonos y tener sexo rápido, con dinero de por medio. Algo frío, mecánico, una transacción satisfactoria pero sin rastro de amor. Simple promiscuidad consumista en la cama destartalada del capitalismo.

En la sociedad conectada, el sexo de una noche, de un solo acto comercial, ya no colma nuestros apetitos. Queremos que nuestra relación vaya más allá, que los lazos de unión sean algo menos efímeros. Deseamos continuidad en la relación con el cliente, que se enamore de nosotros. Incluso que nos recomiende a otros planteando un relación abierta, sí, pero apuntalada en los sentimientos.

Manos en la tormenta

Aspiramos a una relación más plena, apoyada en la fidelidad (la de los otros, eso sí), que nos permita hallar cobijo en un entorno difícil, de incertidumbre creciente. La sobreabundante oferta de sexo más barato –incluso gratis- está poniendo en peligro añejos modelos de negocio basados en el frío pero lucrativo intercambio carnal. Por eso ahora buscamos parejas estables, alguien a nuestro lado para superar estos momentos de zozobra, manos a las que agarrarnos en la tormenta.

Así que nos ponemos guapas, afilamos nuestras habilidades de comunicación y paseamos nuestra figura por todos los lugares de reunión más populares de la ciudad: La plazoleta Twitter, el bar Facebook, la gran discoteca Google..Arregladas pero informales, serias y eficaces, tradicionales..Cada empresa opta por una personalidad, por una apariencia –quizás un disfraz- que puede aumentar sus posibilidades de éxito en este laberinto de pasiones. Ah, pero las frustrantes experiencias previas han hechos que las parejas potenciales se hayan vuelto muy exigentes y suspicaces. 

Es el del amor un trabajo muy cansado y más si no establecemos un método en nuestra búsqueda. Perdimos la vieja agenda en no se sabe qué lugar y las modernas bases de datos resultan poco glamurosas para nosotras,  viejas conquistadoras acostumbradas a coronar cada noche con éxito con solo un chasquido de dedos. A la hora del té, las más jóvenes hablan de cómo manejar con provecho estos datos pero, a poco de empezar la conversación, nuestro rostro se dirige, con gesto melancólico, hacia la ventana. ¿Big data? ¡Qué lata!.

Así que, para ahorrarnos paseos y copas, recurrimos a soluciones que faciliten la promoción de nuestros encantos. Buscamos sujetos influyentes que quizás mejoren las posibilidades de éxito en nuestro anhelo romántico. Pero ¡qué difícil resulta encontrar amor después de tanto tiempo entregadas al sexo de pago!. Los viejos hostales de paredes empapeladas han mutado en agencias de contactos online, y las pícaras alcahuetas parecen haber perdido su lugar en las oscuras esquinas. De hecho, apenas hay ya esquinas en sombra pues una moderna iluminación de blancura líquida inunda las calles.

La línea hacia el futuro

En nuestra aventura descubrimos, sin embargo, que, a pesar de la menguante oscuridad, las viejas celestinas siguen teniendo predicamento.  Aún se muestran hábiles para que su voz –si bien con menos fuerza por los estragos de la edad- se siga escuchando con interés. Desencadenan conversaciones y chismorreos en tradicionales corralas y tabernas, pero también en los centros de reunión de la modernidad. En la línea del tiempo hacia el futuro se solapan distintas épocas y en nuestra búsqueda del amor no podemos despreciar nada, ni siquiera los más tradicionales usos de cortejo.

En cuanto a los nuevos casamenteros, nos resultan extraños, no sabemos muy bien cómo lograr su colaboración. Nuestra relación con ellos es más reciente y se está construyendo desde la desconfianza. No hay tradición que sirva para dibujar el campo de juego, ni reglas dictadas por la fuerza de la costumbre. Conscientes de nuestras necesidades, se muestran esquivos y volátiles como inocentes angelitos armados de flechas del amor. Mas, con frecuencia y pasado cierto tiempo, descubrimos que su pose de Cupido se torna en diabólico gesto, y sus manos dejan de dibujar corazones con los dedos para contar monedas en la puerta de la mancebía. Quizás se muestran inmorales porque los preceptos de una nueva moral, que podrían hacer suya, aún están emergiendo.

Y entonces nos damos cuenta de que no están los tiempos ni nuestras carnes para desaprovechar oportunidades en nuestra búsqueda amorosa. Viejas alcahuetas y nuevos celestinos nos pueden resultar útiles, pero también debemos ampliar nuestro círculo social sin la intermediación de estos correveidiles. Valientes,  nos zambullimos en entornos de conversación callejeros en los que tratamos de resultar originales y lanzamos nuevos temas de conversación con la esperanza de que resulten interesantes y aumenten nuestro atractivo a ojos de potenciales amantes. A veces no hay mejor maquillaje para ocultar las arrugas que una charla subyugante.
 
Estrategias de supervivencia
 
Hemos cambiado, ya no somos esas jovenzuelas alocadas que hoyaban cada noche un nuevo colchón. Nuestra recién estrenada madurez debe acompañarse de un discurso sereno y constructivo. De repente, nos hemos hecho responsables y eso sorprende y atrae a nuestros interlocutores. Nos sentimos importantes, influyentes incluso y, poco a poco, conversación tras conversación, adivinamos un destello de complicidad en los ojos que nos observan. ¿Será solo deseo o, por fin, será amor eso que flota en el ambiente?. Con esa esperanza continuamos hablando porque, aunque no lo queremos reconocer, el amor es ya casi el único asidero firme al que nos podemos agarrar para que no nos arrastre la ciclogénesis explosiva cotidiana. Quizás, la única estrategia de supervivencia posible en estos tiempos salvajes.