Participé
como ponente en Influence
One, “primer evento de marketing para influencers” y no se me ocurrió otra
cosa para la ocasión que escribir este cuento que pueden leer a continuación, un relato sobre sexo, amor y comunicación
corporativa adornado con ilustraciones de Fernando Vicente y Kim Roselier. Acomódense en sus sillones
y lean, si les place.
A
las empresas se nos ha quedado pequeño el modelo de comunicación basado en hacer oír nuestra voz en medio del
griterío. El juego ahora va mucho más allá de conseguir captar la atención de
la chica o el chico desde la pista de baile abarrotada para intercambiar
teléfonos y tener sexo rápido, con dinero de por medio. Algo frío, mecánico,
una transacción satisfactoria pero sin rastro de amor. Simple promiscuidad
consumista en la cama destartalada del capitalismo.
En
la sociedad conectada, el sexo de una noche, de un solo acto comercial, ya no
colma nuestros apetitos. Queremos que nuestra relación vaya más allá, que los
lazos de unión sean algo menos efímeros. Deseamos continuidad en la relación
con el cliente, que se enamore de nosotros. Incluso que nos recomiende a otros
planteando un relación abierta, sí, pero apuntalada en los sentimientos.
Manos en la tormenta
Aspiramos
a una relación más plena, apoyada en la fidelidad (la de los otros, eso sí),
que nos permita hallar cobijo en un entorno difícil, de incertidumbre
creciente. La sobreabundante oferta de sexo más barato –incluso gratis- está
poniendo en peligro añejos modelos de negocio basados en el frío pero lucrativo
intercambio carnal. Por eso ahora buscamos parejas estables, alguien a nuestro
lado para superar estos momentos de zozobra, manos a las que agarrarnos en la
tormenta.

Es
el del amor un trabajo muy cansado y más si no establecemos un método en
nuestra búsqueda. Perdimos
la vieja agenda en no se sabe qué
lugar y las modernas bases
de datos resultan poco
glamurosas para nosotras, viejas conquistadoras acostumbradas a coronar
cada noche con éxito con solo un chasquido de dedos. A la hora del té, las más jóvenes hablan de cómo
manejar con provecho estos datos pero, a poco de empezar la conversación,
nuestro rostro se dirige, con gesto melancólico, hacia la ventana. ¿Big data?
¡Qué lata!.
Así
que, para ahorrarnos paseos y copas, recurrimos a soluciones que faciliten la
promoción de nuestros encantos. Buscamos sujetos influyentes que quizás mejoren
las posibilidades de éxito en nuestro anhelo romántico. Pero ¡qué difícil
resulta encontrar amor después de tanto tiempo entregadas al sexo de pago!. Los
viejos hostales de paredes empapeladas han mutado en agencias de contactos
online, y las pícaras alcahuetas parecen haber perdido su lugar en las oscuras
esquinas. De hecho, apenas hay ya esquinas en sombra pues una moderna
iluminación de blancura líquida inunda las calles.
La línea hacia el futuro
En
nuestra aventura descubrimos, sin embargo, que, a pesar de la menguante
oscuridad, las viejas celestinas siguen teniendo predicamento. Aún se muestran hábiles para que su voz –si
bien con menos fuerza por los estragos de la edad- se siga escuchando con
interés. Desencadenan conversaciones y chismorreos en tradicionales corralas
y tabernas, pero también en los centros de reunión de la modernidad. En la línea del tiempo hacia el futuro se
solapan distintas épocas y en nuestra búsqueda del amor no podemos despreciar
nada, ni siquiera los más tradicionales usos de cortejo.

Y
entonces nos damos cuenta de que no están los tiempos ni nuestras carnes para
desaprovechar oportunidades en nuestra búsqueda amorosa. Viejas alcahuetas y
nuevos celestinos nos pueden resultar útiles, pero también debemos ampliar nuestro círculo social sin la intermediación de estos
correveidiles. Valientes, nos zambullimos en entornos de
conversación callejeros en los que tratamos de resultar originales y lanzamos
nuevos temas de conversación con la esperanza de que resulten interesantes y
aumenten nuestro atractivo a ojos de potenciales amantes. A veces no hay mejor
maquillaje para ocultar las arrugas que una charla subyugante.
Estrategias de
supervivencia
Hemos
cambiado, ya no somos esas jovenzuelas alocadas que hoyaban cada noche un nuevo
colchón. Nuestra recién estrenada madurez debe acompañarse de un discurso
sereno y constructivo. De repente, nos hemos hecho responsables y eso sorprende
y atrae a nuestros interlocutores. Nos sentimos importantes, influyentes
incluso y, poco a poco, conversación tras conversación, adivinamos un destello
de complicidad en los ojos que nos observan. ¿Será solo deseo o, por fin, será
amor eso que flota en el ambiente?. Con esa esperanza continuamos hablando
porque, aunque no lo queremos reconocer, el amor es ya casi el único asidero
firme al que nos podemos agarrar para que no nos arrastre la ciclogénesis
explosiva cotidiana. Quizás, la única estrategia de supervivencia posible en
estos tiempos salvajes.