Estos días vivimos una exaltación del papel
como formato periodístico al hilo del impulso que ha dado El Mundo a su edición
dominical, con el lanzamiento de la revista PAPEL, y la nueva presencia en
quioscos del semanario Ahora.
En las redes se han compartido con entusiasmo imágenes de estas publicaciones reivindicando hábitos pre-digitales (qué raro, ¿no?) y Arcadi Espada ha publicado una muy
interesante columna en la que destaca el orden, claridad y jerarquía que aporta
el papel frente al tótum revolútum digital. Yo mismo he ensalzado de nuevo la fuerza simbólica y capacidad para generar opinión
de este soporte.
Sin embargo, más allá del debate sobre tal o cual continente
-que a mí me parece superado, desde hace años, por la realidad digital- están
los contenidos, las historias. Me refiero al periodismo que aporta valiosas
coordenadas para no perdernos en el torbellino de esta realidad líquida. Un océano digital en el
que el ruido de las olas formadas por millones voces nos impiden escuchar el rumbo
marcado por las, cada día que pasa, más escasas certezas.
Y, por eso, mis dedos manchados de tinta pulsaron
sobre la pantalla táctil del smartphone para compartir en Twitter la gran
historia escrita por Pedro Simón en El Mundo, que yo hubiera leído escrita
en piedra, en papel, en el filo de una tijera o, incluso, en agua. Lo llaman buen
periodismo.
Sirva como coda simpática de este texto la
referencia a este tuit que El Mundo hace en su edición del lunes en una
información titulada “Tuiteros que compran papel”. En realidad, yo compro
historias.