martes, 18 de agosto de 2015

El día que (casi) rompí con mis amigos de Facebook



Amigo es una palabra muy seria como para dejarla en manos de una empresa de internet que convierte ese concepto, tan noble, en moneda de cambio de un pingüe negocio que solo reporta beneficios al señor Zuckerberg y a sus accionistas. No soy tan apocalíptico como Evgeny Morozov y valoro las oportunidades que aportan ésta y otras plataformas de comunicación online, pero creo que conviene ubicar las piezas de nuestra experiencia vital, digital y analógica, en los lugares correctos.

Hace tiempo escribí que se puede ser amigo de un avatar  y sigo pensando así, aunque eso nada tiene que ver con el icono de una mano cerrada con el pulgar alzado. Además, echo en falta en estas relaciones algo que para mí es fundamental en la amistad: el silencio.

Por su propia naturaleza,  las redes digitales –en especial Facebook- incentivan a sus usuarios a desnudar el día a día de su intimidad sirviéndose de mecanismos de gratificación que les llevan a salivar con cada “like” o retuit. 

Así, hemos convertido la comunicación en un juego de recompensas, un ejercicio pavloviano en el que la reflexión previa al acto de comunicar y el ejercicio sensato de esta actividad pierden peso ante la urgencia y la ocurrencia, dos características incrementan las posibilidades de éxito de nuestras actualizaciones en perfiles sociales.

El resto del artículo, publicado en Sabemos, haciendo click en la imagen

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