miércoles, 14 de enero de 2015

Periodismo en venta, comunicación de saldo



“Estaremos encantados de recoger cualquier tipo de información en nuestro diario, y además de forma ampliada, cuando volvamos a estar incluidos en las planificaciones publicitarias de su compañía”. 

Conservo este correo electrónico, con el que un medio respondió al envío de un comunicado de prensa, para recordarme la complejidad de las relaciones entre comunicadores y medios de información, marcadas por el interés objetivo de los hechos pero también por factores variopintos como el momento elegido para el envío, la situación profesional del periodista, la inversión publicitaria o las relaciones personales.

La decisión de publicar la información que llega a la bandeja de entrada del correo del periodista surge de un proceso complejo cuyo desenlace plantea elevados niveles de incertidumbre. De hecho, siempre he pensado que un buen comunicador se distingue por su capacidad para, haciendo uso de su conocimiento y experiencia, reducir la incertidumbre sobre el resultado de la acción de comunicación, algo que le permite plantear estrategias más eficaces, con resultados más previsibles. Lo cual no debe hacernos olvidar que, en este campo, causalidad y casualidad conviven con cierta naturalidad y lo que se estima consecuencia es, en ocasiones, simple concurrencia.

Sin embargo, como apunta el párrafo que encabeza este texto –que refleja una anécdota y no una categoría-, el interés crematístico ha adquirido un peso creciente en la decisión editorial, en especial durante estos últimos años de crisis brutal de los medios de información.

En los tradicionales muros que separan las redacciones y los departamentos de publicidad se abren ventanas y, en el otro lado, el de las empresas que actúan como fuentes, comunicación y el marketing comparten cama con cierta naturalidad bajo unas sábanas estampadas con el lema “Si no vende no sirve”. Ya se sabe que, cuando la pobreza entra por la puerta, los principios huyen por la ventana.

Hablo de “ambos lados de la trinchera”, en terminología de la Asociación de la Prensa de Madrid, porque en este proceso de degradación de la información y la comunicación la responsabilidad es compartida. La deuda se adquiere porque alguien pide y otro ofrece, y al revés.

 

A mi modo de ver, esa deuda la paga la audiencia del medio que chalanea con el producto que pretende comercializar, ya defectuoso, pero también el periodismo y la comunicación corporativa. El periodismo, porque pierde el principal valor que permite poner precio a su oferta –la credibilidad- y la comunicación porque, si esta práctica se generalizara, la capacitación de los profesionales se mediría por la billetera de su compañía o cliente. Y, en un entorno así, se diluye el valor añadido que ofrece el buen comunicador.

Ojo pues con el cortoplacismo: no sea que pensar solo en los resultados publicitarios y el informe de presencia mediática de mañana, nos deje sin nada que valorar pasado mañana.

Sobre todo esto, desde una óptica humorística, hablo en un relato de ficción incluido en mi libro “Comunicación POP: del periodismo de marca a la marca personal”, que os podéis descargar aquí