Empieza el año con todo un jarro de agua fría para
el negocio creado en torno a la figura de los “influencers”, ese emergente grupo
poblacional donde se mezclan genuinos moduladores de climas de opinión junto a arribistas que se perfuman cada mañana con el
humo de la hoguera donde quemaron palabras de otros. En el pandemónium digital, donde el
conocimiento se confunde con la agilidad para teclear una búsqueda en la Wikipedia
o el número de seguidores en una red social, es fácil hacerse pasar por lo que
no se es.
El caso es que, para pasmo general y decepción de
los mercachifles de la influencia, el bloguero y diseñador de moda Pelayo Díaz –“digital
influencer” según su perfil en Twitter- ha tenido que suspender su “master
class” donde pretendía cobrar 1.500 euros por adiestramiento
en materias como el “entrenamiento de la mirada”.
El joven autor del blog Katelovesme, que cuenta con más de 47.700
seguidores en Twitter y 160.000 en Instagram, no ha logrado convencer a un número suficiente de personas sobre las bondades de su curso y ha tenido que emprender
rumbo, con su bolso de Vuitton bajo el brazo, a otras latitudes en las que su talento
seguro que será justamente reconocido.
Quizás en su caso el
precio del curso hubiera sido adecuado al valor de lo aprendido en él, pero esperemos que su desafortunado ejemplo reduzca la capacidad pulmonar de los desaprensivos que, al socaire de la necesidad de algunos y el éxito legítimo de otros, tratan
de inflar desmesuradamente la burbuja de la influencia digital.
También para poner en valor a los verdaderos “influencers”, porque haberlos
haylos. Es posible que el propio Pelayo sea uno de ellos, pero confieso mi
ignorancia sobre su trayectoria profesional.
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