lunes, 18 de agosto de 2014

El ébola y el peligroso virus del sensacionalismo

Cíclicamente nos enfrentamos a peligros que amenazan con destruir nuestra forma de vida y que van desde el botón rojo de la antigua URSS a los extraterrestre, pasando por la gripe aviar y, en estos días, el ébola. En esas circunstancias, la tentación del sensacionalismo en muy grande para los medios de información que, a duras penas, se pueden resistir a un titular de impacto, algo que forma parte del ADN del oficio.

Días atrás hemos visto como la activación de un protocolo sanitario, ante la sospecha de un caso de Ébola en España, ha pasado de ser la noticia más importante del día a ocupar un lugar más modesto, cuando las pruebas realizadas sobre el enfermo arrojaron resultados negativos.

Como asustado lector, ya manifesté a través de las redes sociales mis dudas sobre el tratamiento de la primera noticia, que encendía todas las alarmas de la ciudadanía, a raíz de la activación preventiva de un protocolo sanitario.


Y digo dudas porque me cuesta dibujar la línea que separa la información de interés público de la noticia que solo busca captar audiencia a través de titulares sobrecogedores. Otro difícil dilema para los periodistas, en cuya profesionalidad hay que confiar.

Sin embargo, en unos momentos tan difícil como los que vivimos, en los que la crisis económica está exacerbando actitudes racistas en Europa, los lectores debemos pedir a los medios que extremen sus controles de calidad para no contribuir a elevar aún más las vallas que nos separan del continente africano y sus gentes. Y no hay valla más alta que el miedo al otro.

Fotografía compartida en Twitter por Valentín García
Como recuerda en este artículo el doctor Adam C. Levine, "la verdadera tragedia del brote de ébola es que la mayoría de africanos no tiene acceso a los medicamentos, instalaciones y profesionales de los que disponemos en Occidente desde hace décadas, y que podrían haber evitado el descontrol de la epidemia".

La pobreza es el virus más peligroso que hay y, por desgracia, nadie está a salvo de él. Tampoco los que vivimos a este lado del estrecho de Gibraltar.