Frente a los “incendios “ que de forma
cotidiana asolan unas redes inflamables como tea de inquisidor, existen
espacios para el diálogo sosegado, el razonamiento y la conversación pausada.
Tengo
el privilegio de pertenecer a uno de esos lugares virtuales construidos en
torno a la palabra que cimenta el debate, semilla de reflexiones en común que tratan
de señalar la salida de un túnel largo como el llanto de un niño hambriento.
Os lo quiero presentar: se llama Sitiocero,
“una comunidad de ciberactivistas del diálogo” según afortunada definición de
la periodista Paloma Elgueda que,
en El Mercurio chileno, entrevistó a Mauricio Tolosa –uno de
sus fundadores- para un reportaje titulado “Activistas
3.0: usan el mundo virtual para influir en el real”.
Siento por Mauricio, Mari Luz Soto y el resto
de habitantes de esta comunidad un sentimiento de complicidad
transfronteriza que me hace considerarlos mis “compartiotas”, término que yo prefiero
al de compatriotas. Por ello, aprovecho la excusa de estas fechas navideñas
para mandar un abrazo a través del océano Atlántico –un poco de agua, al fin y
al cabo- a mis cómplices de esa América que, poco a poco, emerge de un pasado
doloroso para asir el futuro que tantas veces se le ha negado. Una América con
la que siempre me unió la lengua y, gracias a Sitiocero, ahora me une también la
palabra.