El
concepto “prosumidor”,
acuñado en los años 70, y que recibió el impulso definitivo a raíz de la
publicación del Manifiesto Cluetrain,
se halla íntimamente ligado al desarrollo tecnológico, en especial al avance en
las tecnologías de la información. Pero el impacto de la voluntad de los
consumidores sobre las marcas no se limita al mundo Groundswell,
y éstos también pueden moldear a su antojo las propuestas de comunicación de
las compañías en el terreno analógico, con resultados sorprendentes e, incluso,
divertidos.
En
estos días hemos asistido a dos ejemplos que ilustran estas dos tendencias: el
primero de ellos, ha tenido lugar en un territorio delitimado por una cerveza
fresca y un plato de aceitunas; el segundo en un entorno también social,
pero digital.
Así,
el dueño de un bar de tapas en Málaga ha afilado su ingenio para ahorrarse unos
euros, transformando
el rótulo que respondía al uso anterior del local. De esta forma, la marca
de telefonía “Orange” ha mutado en “Genaro”, tal como podemos ver en la
simpática imagen.
En
el otro ejemplo, una
plataforma de ciudadanos se ha movilizado en internet para pedir a los
anunciantes de un programa su retirada del mismo.
“Retiren inmediatamente su publicidad de Campamento de verano . Si no lo hacen, ni yo ni mi familia volveremos a ser clientes suyos y animaré a mis amistades a boicotearles”, dicen los firmantes en correos electrónicos enviados a las empresas.
“Retiren inmediatamente su publicidad de Campamento de verano . Si no lo hacen, ni yo ni mi familia volveremos a ser clientes suyos y animaré a mis amistades a boicotearles”, dicen los firmantes en correos electrónicos enviados a las empresas.
Con
independencia de las buenas intenciones que pueda haber detrás de plataformas
de consumidores que se organizan en estas campañas, urge reflexionar sobre este
tipo de acciones que, en España, siguen el camino iniciado en el llamado Caso La Noria.
Llevadas a su extremo,
se corre el peligro de censurar programas de manera injustificada haciendo
que cientos o miles de personas organizadas a través de redes sociales impongan
su voluntad a millonarias audiencias. Todo ello erosionando, además,
la libertad de las empresas para elegir las vías de comunicación con sus
clientes actuales o futuros y el derecho de éstos a ser informados.
Si
se me permite la exageración, lo siguiente puede ser boicotear documentales
sobre naturaleza que, a menudo, contienen escenas de sexo y violencia cuya
contemplación puede molestar a algunas personas.