Utilizo aquí el nombre de Google como
epítome del conjunto de servicios asociados a eso que se ha dado en llamar
Sociedad de la Información, ese mundo digital que con frecuencia se muestra
ajeno a la transpiración analógica. Una suerte de metafísica contemporánea que
reniega de su raíz palpable.
En cuanto a la segunda parte del titular, no es una referencia metafórica
al nuevo proyecto de Código Penal sobre el que tan bien ha escrito mi compañero
y amigo @albero -Ángel Benito- en su blog. Iniciativa que, hasta donde llegan mis cortas entendederas, me parece el enésimo intento de
secar el mar para acabar con la piratería.
No, nada de eso. El objetivo de este post es mucho más
modesto, apenas mostraros el liviano andamiaje que sustenta la comunicación que
estamos estableciendo en este instante. La maraña de finos cables que, al fin y al
cabo, permiten que os escriba estas líneas y que vosotros las leáis. Esos hilos
de cobre que nos conectan.
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Las maltrechas autopistas de la información |
Quizás nunca os hayáis fijado en estas cajas que adornan algunas de las viejas fachadas entre las corremos -¿de qué huimos?-, aferrados a nuestros móviles, utilizando otras redes, hablando sobre quién sabe qué. Cajas que ya se están sustituyendo por otras nuevas, de plástico reluciente, que albergan cables de fibra óptica, más modernos y eficientes como éstos que os muestro a continuación.
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Cable de fibra óptica |
Hilos al fin y al cabo. Frágil tecnología que nos conecta con un futuro posible.