viernes, 5 de abril de 2013

El periodista que mandó a sus lectores a una guerra


Dedico las siguientes líneas a recordar una anécdota profesional que me ocurrió cuando daba mis primeros pasos como periodista y que espero sirva para animar a los jóvenes que ahora empiezan. Chicos, uno siempre se puede sobreponer al ridículo y no hay error tan grande que merezca castigo eterno.

El caso es mis primeros reportajes aparecieron publicados en una revista de nombre poco atractivo, editada por el Ilustre Consejo General de Colegios de Protésicos Dentales de España: “Dental prótesis”. Poco entendido en empastes y endodoncias mis posibilidades de colaborar en esta publicación se limitaban a las páginas dedicadas a “Estilo de vida”.

Haciendo uso de mis encantos de juventud conseguí que el director de la publicación, al que conocí en la Facultad, me aceptará como colaborador. Y no se le ocurrió otra cosa que ofrecerme la sección de “Viajes”, a mí que apenas podía pagarme el autobús para ir a la Universidad. Por supuesto, acepté el encargo.

A partir de entonces se hicieron frecuentes mis excursiones por las oficinas de turismo internacionales que abrían sus puertas en el centro de Madrid, a las que acudía en busca de folletos con descripciones impersonales. Mi trabajo consistía en modificar estos textos de tal manera que los lectores pensaran que los míos estaban escritos por un verdadero trotamundos. “Paseando por las calles de..”, “aturdido entre la multitud en..”, “embriagado por el olor de..” eran algunas de las muletillas que yo utilizaba con más garbo que el mejor de los toreros.

Un día, caminando por la madrileña Gran Vía, llegué a Yugoslavia, la antigua Yugoslavia. Un país que dejó de existir a causa de una terrible guerra que empezó –ejem- justo semanas después de que yo lo describiera como un “crisol de culturas que viven en pacífica armonía”. Era a comienzos del verano y siempre me quedará la duda de si mi reportaje animó a algún dentista a elegir esa nación como destino para disfrutar de unas plácidas vacaciones.
Me imagino a un protésico dental pensando en las maneras más dolorosas de utilizar un torno dental en la boca de un periodista en ciernes mientras huía de los balazos. Algo así como lo que le hacía Laurence Olivier a Dustin Hoffman en la famosa secuencia de la película “Marathon Man”.