jueves, 29 de noviembre de 2012

Andanzas y desventuras de un “influyente” a su pesar



Este mundo no deja de sorprenderme. Hace meses publiqué en este blog una diatriba –no exenta de autocrítica- contra los que llamé “gurús de la nada”, y resulta que voy camino de convertirme en una de esas personas que repiten discurso, de tarima en tarima, haciendo que pierda su interés -si es que alguna vez lo tuvo- con cada nueva exposición.

Por eso creo que toca pisar el freno antes llegar a la curva que bordea el abismo de la autocomplacencia que, en mi caso, sería injustificada e injustificable. No quiero precipitarme a ese vacío que lleva a retuitear halagos para compartir con los seguidores en redes el éxito fugaz y relativo de una comparecencia pública. Confieso que yo también he caído en esa absurda práctica que tanto he criticado en otros.

En las últimas semanas he acudido a la llamada de personas con peso real en el ámbito del social media y la comunicación, como Juan Merodio o Antoni Gutiérrez Rubí (al que siempre he admirado) y he impartido un par de conferencias respondiendo a sendas invitaciones de la Asociación de Directivos de Comunicación. Y todas ellas han sido experiencias muy satisfactorias.

Sin embargo, ayer sucedió algo que me la llevado a escribir este texto. Compartía atril con directivos de Augure, compañía que está desarrollando una interesante herramienta para detectar “influencers” en la red y, cuál no sería mi sorpresa, cuando me dijeron que yo era uno de ellos, en concreto en las áreas de comunicación, periodismo y tecnología.

Halagado en un principio por sus amables palabras, pronto la erección del ego dio paso a cierta flacidez fruto de la confusión. ¿De verdad mis ocurrencias o los contenidos que comparto influyen en alguien?.

Para comprobarlo hice un experimento en mi casa, donde sostuve las siguientes conversaciones con

mi mujer:
-          ¿Sí?
-          No, buenas noches..
-          Venga, ¿sí?
-          Que no, que buenas noches
-          Oye, que soy influyente
-          ¿Sí? ¿de verdad?¿y para qué?
-          Bueno, no…no sé…no estoy seguro
-          Pues eso, que buenas noches
-          Buenas noches

y mis hijos:


-        Apagad la tele que es tarde
-        Que nooo, que mañana no hay cole
-        Hacedme caso, apagad la tele
-        Que nooo, pesado
-        Oye, que soy influyente
-        ¿Sales en la tele?
-        Esto..no
-        Ah, pues vaya..¿te sientas con nosotros?
-        Vale

Y entonces caí en la cuenta de que eso de ser “influencer” (así en inglés que queda más pintón) pues es algo tan evanescente como la brisa que acaricia el ala leve del leve abanico. Puro contexto, momento y lugar, casualidad de toparte con alguien al doblar un esquina. Azarosas circunstancias.

Ese pensamiento me tranquiliza pero, aún así, me siento obligado a volver a ese proceso que siempre ha definido mi forma de deambular por el mundo y que pasa por tres etapas: reflexión, inspiración y actuación. En estos últimos meses he dado saltos sobre el tercer escalón animado por los aplausos de la concurrencia y toca volver a bajar la escalera para tratar de subirla con más ímpetu pasado un tiempo y si surgen nuevas ideas.

Siempre he mantenido que, entre todos, debemos contribuir a definir el discurso que cimentará la sociedad futura y eso no se puede hacer desde la repetición impostada de frases que una vez hicieron fortuna. Lo dicho dicho está y en este blog, que seguiré actualizando sin prisas, tenéis esos contenidos.

Ahora toca alejarse del calor analógico de los focos –siempre que me lo permitan mis obligaciones profesionales- pensar y volver a afinar el oído para componer nuevas músicas que inciten al baile del respetable público. Melodías ocultas en el ruido de lo social digital. ¿Afinación?: ting, ting, tong, tong….

Nos seguimos viendo en las redes, donde busco recogimiento.