domingo, 27 de mayo de 2012

Libertad en caída libre


“Dedico más tiempo a pensar en cómo orientar el reportaje para no molestar a nadie que a escribirlo. Pero es que no quiero que se quejen al jefe y quedarme sin esta colaboración porque necesito el dinero”.  Esta frase es real y no se la escuchado a algún periodista en un viaje por Eritrea, Turkmenistán y Corea del Norte. Fue hace unas pocas semanas, en un bar del centro de Madrid, en este país nuestro que se enorgullece de contar con una prensa libre.

La brutal crisis económica azota a todos los sectores de actividad y la prensa, que vive su vía crucis particular, no iba a ser menos. El panorama mediático es sombrío y es iluso pensar que se podrán solucionar los problemas sólo con despidos masivos de periodistas, la detención de los responsables de plataformas digitales piratas o las pequeñas victorias en la lucha de los editores contra Google.

La situación es tan mala y tan nefastas las perspectivas que, hasta desde posiciones identificadas con el liberalismo económico, se pide dinero público para la prensa. Estos “subsidios públicos para la democracia” forman parte de la tradición del periodismo pero no serían fáciles de entender para un país poco aficionado a la lectura de prensa y en el que la población, día tras día, asiste a nuevos recortes en servicios como la educación o la sanidad.

Quizás por ello, el gobierno central hace oídos sordos a las propuestas de los editores y toma decisiones justificadas en la necesaria austeridad que no pueden ser compensadas por otras ayudas públicas como las suscripciones institucionales o subvenciones autónomicas.

La experiencia de un país como Francia, ejemplo de fuertes ayudas a la prensa, tampoco anima a tomar una decisión de estas características. A pesar del plan anunciado por Sarkozy en el año 2009, con ayudas de 600 millones de euros en tres años, los lectores dan la espalda a los periódicos y éstos van cayendo como fichas de dominó .

Por si fuera poco, es difícil creer que una mayor dependencia de los gobiernos puede contribuir a mejorar la calidad de la información cuando la sombra del clientelismo político sobrevuela el ejercicio del periodismo. Y es inevitable que así sea después de contemplar  -por tomar un ejemplo reciente- las portadas que algunos medios de tirada nacional dedicaron –mejor dicho, no dedicaron- a la multimillonaria ayuda pública a Bankia.

Causaba perplejidad comparar esas portadas con el tratamiento que la misma noticia recibió en medios extranjeros. Quizás fuera más importante el acontecimiento deportivo del día o tal vez pesaron más las razones políticas y publicitarias que las periodísticas a la hora de tomar esa decisión editorial.

El caso es que, cuando se dispone a redactar un artículo, el periodista está sometido hoy a una presión que, a duras penas, deja resquicio para la independencia y el adecuado desempeño profesional. Y es la libertad a la hora de ejercer el periodismo el elemento de partida que puede dar sentido a la relación entre calidad de información, número de lectores e inversión publicitaria. 

Quizás sea tarde ya para los periódicos y no lleguen, tal como los conocemos, a ese año 2043 en el que la última rotativa dejará de imprimir el último diario para el último lector de diarios según vaticinó Philip Meyer, en su libro "Vanishing Newspaper".

Y también es posible que, entre todos, estemos contribuyendo al fin prematuro de un tiempo en el que, con sus límites y contradicciones, la prensa se erigía como un sólido contrapoder que articulaba el debate público y proporcionaba valiosas pistas para interpretar la realidad.

Una prensa libre que podría jugar un importante papel para salir del atolladero en el que nos hallamos, en un tiempo en el que la razón de estado parece sometida a la sinrazón de la especulación financiera cuando no del puro latrocinio.