viernes, 25 de mayo de 2012

La chispa que incendia un bosque

Cuando en el encabezamiento de este blog decía que se hablará también de lo que se tercie me refería a textos como el que viene a continuación. Etiquetados como "Un minuto de silencio", mi idea es que os ayuden a desconectar, aunque sea durante un minuto, de vuestra frenética actividad como navegantes en la Red. Lo intentaré, aunque no garantizo resultados. Allá vamos.


Deambulaba por el pasillo de una gran superficie comercial entre muchas mercancías que eran siempre la misma –yo, a la venta en distintos formatos -, y se produjo el milagro. Al cruzarse en mi camino, una limpiadora hizo un gesto diminuto, tanto como la chispa que incendia un bosque. Las luces se atenuaron, la música dejó de escucharse y todas las tablillas de precios marcaron 00,00.

Por un instante, esa mujer detuvo su faena, se observó en un espejo de la sección de cuartos de baño y, suavemente, colocó una brizna de cabello que se había escapado de su moño. Su mano, curtida por el duro trabajo y el uso de detergentes, dibujó en el aire un sublime gesto de orgullosa feminidad. Un ademán que mantiene abierta la puerta hacia el futuro de la especie, tanto como el estudio del neutrino o el cruce de miradas desafiantes de jóvenes manifestantes ante una injusta carga policial.

Era una mujer menuda, vestida con un holgado uniforme verde que contrastaba con el color amarillo del cable que unía un reproductor de música a sus oídos, adornados con pendientes de diseño infantil. 

Una mujer quizás llegada de lejanos parajes en los que soñaba con un hogar mejor, en los que se imaginaba sacando brillo al barniz de muebles abigarrados, salpicados de molduras labradas en maderas exóticas. Quizás talladas en ébano, o en caoba, okume, iroco, o tal vez en embero. Muebles arrancados a la selva, muy distintos a los que nos rodeaban, tan funcionales como una rampa para minúsvalidos en una delegación de hacienda.

Ella, con su gesto de indómita coquetería, arregló su peinado e hizo algo más hermoso un universo que yo creí intuir entre esos brillantes cabellos que, segundos después, se me mostraron como sucios jirones de sueños sin cumplir y recuerdos dolientes.


Sucedió cuando, humillada de nuevo la cabeza, reanudó el hipnótico movimiento de la mopa. Un reflejo en el marmol abrillantado me devolvió a la corriente de personas que estiraban el cuello para observar con mayor detenimiento las deficientes calidades de unos muebles hechos para ser orinados por alguna mascota. De la brava hembra ya sólo quedaba el eco apenas audible de una bachata que se alejaba en dirección al área de utensilios de cocina.

Tengo que comprar cuchillos.