Empiezo una serie de entradas sobre la prensa y su futuro. Como es costumbre cuando se aborda este peliagudo asunto, hay más preguntas que respuestas. Sin embargo, como novedad, en este caso las preguntas y algunas respuestas se plantean desde la perspectiva del lector de noticias, del consumidor de la información. Una última observación previa: En realidad, esta serie de entradas forman parte de un mismo texto que he troceado para hacer su lectura menos heroica. Los más osados pueden leer el texto completo, sin descansos, navegando de post en post.
Cuelgo el teléfono a un
periodista y amigo recién salido de la asamblea de trabajadores de su
periódico, en el que se ha puesto en marcha un (otro) expediente de regulación
de empleo.
Una vez más, nuestra
conversación ha girado en torno a las dificultades de adaptación de la prensa a
un ecosistema nuevo, caracterizado por lo digital y lo social en red, en el que
la información es omnipresente y fluye a través de múltiples plataformas
tecnológicas y en el que –terrible paradoja- la “carne” de periodista está más
barata que nunca.
La reducción de la inversión
publicitaria, la pérdida de credibilidad, las dificultades para dar con un
nuevo modelo rentable de producción y distribución de la información, cuando no
el simple desinterés de la ciudadanía por las noticias, son algunas de las
razones que se aducen para explicar la situación actual.
Sombrío panorama en el que raro es el día que no nos despertamos con el cierre de algún medio o el despido de periodistas. Trabajadores que, a pesar de los pesares, siguen siendo fundamentales en la construcción de una sociedad democrática saludable.
La prensa se suicida todos los
días a través de declaraciones de algunos máximos representantes de las
empresas periodísticas o, con mayor frecuencia, con titulares y portadas que
hacen dudar de la necesidad de que su existencia. Pero, más allá de esa extraña
atracción por el abismo, la realidad es que el viejo modelo está agonizando
pero nadie acaba de encontrar un sustituto que garantice la rentibilidad e
influencia pasadas.
Algunas experiencias de
cabeceras internacionales de prestigio aportan cierta esperanza pero los casos
de éxito –quizás fugaces- no son siempre replicables en un país con uno de los
más bajos índices de lectura de prensa de la Unión Europea.
Otras propuestas informativas
que apuestan por la hiperespecialización e hiperlocalización se muestran
viables, pero no parece ésa la vocación inicial de los “mass media”, aunque haya
un interés creciente por explorar esa senda.
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